Tarde llegó ese primer acercamiento a la música; 9 años tenía cuando descubrí esos garabatos indescifrables en una clase de solfeo. Esa teoría musical que cualquier niño detestaría para mí fue una gran sorpresa y al año siguiente elegí ese amigo que jamás abandonaré en mi vida: el piano. Esas pequeñas melodías, esos acordes que daban sentido a todo lo demás y sobre todo esa coordinación de ambas manos hizo que el piano absorbiera totalmente mi mente. No fui un niño que jugaba mucho en la plaza del barrio, era más de estar en casa, bien jugando al ajedrez o con mi piano. No sentí que estaba “estudiando” piano, me divertía, cada vez quería tocar más piezas, con mayor expresión, con el afán de mejorar cada día. Adoraba las audiciones públicas delante de mis otros compañeros, sus padres y profesores, cuanta más gente hubiera, mejor, era un lujo poder enseñar a la gente lo que habías practicado en casa.

mis comienzos

Junto a Pedro González, Judith Jáuregui y el profesor Laurentino Gómez.

Capítulo aparte merece la gran ayuda y apoyo que me han ofrecido mis padres. Para todos nuestros padres son un pilar imprescindible pero en mi caso, aun no conociendo nada de música, el “viajar” en toda esta aventura junto a mí ha sido un auténtico lujo. Jamás olvidaré los madrugones de mi padre todos los sábados durante 6 largos años para acercarme a Francia, a las clases de órgano del Conservatorio de Bayona. Las escuchas de mi madre, crítica a todo lo que tocaba, mi primera gran oyente. Y el cariño de mi hermana, de la cual me siento orgulloso que siguiera en parte mis pasos musicales, adentrándose con la sensibilidad que siempre le ha caracterizado.