He intentado absorber lo positivo de todos mis profesores, dejando de lado los aspectos que en su día no entendía y me enrabietaban, que a la larga comprendí que debían de ser tal y como me enseñaban. Mi primer profesor fue Laurentino Gómez, a la postre el más influyente en el amor que he sentido hacia la música. Al margen de sus conocimientos y dedicación casi exclusiva con todos sus alumnos, dejándose la piel en cualquier instante y robando tiempo a sus ratos libres, la invitación a acudir a escuchar a los grandes intérpretes que visitaban la ciudad fue la mejor enseñanza posible. Ahí íbamos mis compañeros, él y yo a los conciertos del Teatro Victoria Eugenia, unos chiquillos que se escondían en el anfiteatro del teatro, llegando a estar dormidos en más de una ocasión o incluso escapándonos, chiquilladas propias de la edad. En ese instante me di cuenta que no todo era la clase, la teoría, el contacto personal con el profesor…hay que escuchar a los grandes, hay que asistir a los conciertos, de ahí se aprende quizá mucho más que lo que recibes semanalmente en el aula.

Con Paul Badura -Skoda

Con Paul Badura-Skoda en su Masterclass (1997).

La etapa con Laurentino Gómez en la Escuela de Música llegó a su fin con la llegada al Conservatorio y de su mano, la profesora Cristina Navajas. Fue el nexo de unión más dócil que pude tener, con ella el rigor fue una constante, siendo todo un ejemplo su acercamiento al buen gusto interpretativo. La música adquirió otra dimensión, bien es cierto que fueron los años de más agobio, los últimos, donde los estudios de Bachillerato, los de Órgano y los de Piano se encaminaban hacia su final, sin apenas tiempo de profundizar todo lo que quisiera, como sé que a ella le hubiera gustado. He tenido durante tiempo una espina clavada con ella, el no poder volcarme más con el piano pero en aquellos tiempos mi cabeza no sólo estaba al piano: empecé a dirigir y al final me sentía más músico a nivel global que únicamente pianista.

Tras terminar los estudios superiores, llegó el momento de gozar con pausa y detenimiento lo que más te ha sentido identificado, y en ese sentido el maestro catalán Miquel Farré aportó ese Johannes Brahms que tanto me fascinó durante la etapa del Conservatorio. Mi piano siempre lo he sentido muy cercano a él en los aspectos de sonoridad plena, peso, fuerza y también a Frédéric Chopin, con su cantabile y fluir musical, con esos pianissimos que tanto me han chiflado. Con Farré estuve 4 intensos años acudiendo cada 15 días a empaparme de la vida en definitiva, porque las clases duraban toda una larga tarde, dialogando y disfrutando de la música sin prisa alguna.

Paralelamente no puedo olvidar mis profesores de órgano en Bayona, tanto la difunta Bernadette Carrau, una frágil e inmensa profesora, con una facilidad pasmosa para volar sobre el teclado del órgano. El cariño y cercanía que profesaba hacia ese chiquillo de 13 años fue motivo suficiente para no abandonarla y seguir gozando de ese gran y poderoso instrumento que es el órgano. La puntilla final llegó con Esteban Landart, un perfeccionista e intenso maestro del órgano. Resumo todo lo aprendido con él en esos 25 minutos que podríamos llegar a pasar analizando apenas 2 compases de un Tiento de Correa o un Preludio de Bach. Perfección consumada, un auténtico lujo poder escucharlo.